lunes, 7 de noviembre de 2011

Tanzania por dentro


Si alguno de vosotros quisierais venir a Tanzania y desearais conocer el país tal como es, sin buses para turistas, sin lodges de ensueño, sin la playa privada del Sol Meliá, sin animales a la carta, os animaría a que entrarais en el mundo en el que yo estoy teniendo la suerte de vivir este fin de semana.

Me encuentro en Utosi, en la comarca de Sadani. Un pueblecito en un camino rojo de África, a unos 50 km. de la carretera principal. Por aquí vive la tribu de los wahehe, gente hospitalaria y pobre, muy pobre.

Me acoge el Padre Daniel, misionero de la Consolata, incansable por estas tierras desde hace más de 30 años. Él fue mi experto guía cuando vine por primera vez hace 4 años. Ahora nos volvemos a encontrar.

Hoy, hemos vuelto a caminar por entre las casas visitando a los enfermos de la zona, como él hace todos los sábados. A las 8 ya estaba golpeando mi puerta dispuesto a salir. Con la ayuda de Nazarena hemos ido recorriendo los recovecos del pueblo, entre casas de adobe y campitos de maíz ya cosechado. Con Daniel te detienes en cada rincón saludando (Kamwene!) a la mujer que hace pombe (la cerveza local) y a la que barre su pequeño patio, al hombre que mejora su casa con ladrillos y a los que esperan en el molino de maíz de la misión. Para todos tiene unas palabras.

Entrar en las casas y pasar unos minutos con estas gentes es como un curso acelerado de lo que es la pobreza, que acampa por aquí a sus anchas. También de la fortaleza que tienen estos tanzanos para afrontar los múltiples sufrimientos que la vida les va trayendo. Y también de lo que es la hospitalidad, la acogida e incluso la alegría.

Primero visitamos a Delfina que está muy malita. Ya no puede salir. La encontramos en la cama en una habitación oscura, sin apenas nada. Su hija Pía nos cuenta como su hermano que venía mucho a visitarla desde Dar es Salaam murió atropellado por una moto hace unos meses. El que la conducía se dio a la fuga. Algo muy típico, me dice Daniel.

Después nos espera Inmacolata, que muestra una sonrisa franca en su cara arrugadísima cuando le “agasajamos” con un caramelo. Y más tarde Ibrahimu, un hombre centenario que ya no ve y que espera a Daniel con los brazos abiertos. Pasamos un rato con él, Daniel le escucha, le hace reír, se despide con una bendición. Se crea un ambiente difícil de explicar. Pareciera que la enfermedad, la muerte cercana, no tiene la última palabra. Son unos momentos de esperanza. Nuestra visita es un “estoy contigo”. Es un “aunque todos se olviden de ti, para mí eres importante”.

Se suceden unas cuantas visitas más. Hace dos horas que empezamos y por fin llegamos a la casa de Damiana y de Aloisia. Daniel bromea con ellas, les pregunta, se interesa por su vida. Les hago una foto antes de irnos. Se han unido un montón de niños a los que hoy la fortuna les ha sonreído con una vuelta en el coche de misión. Se la enseño. Se ríen abiertamente.

Estos días, después de una mañana reluciente, por la tarde el cielo se torna negro y llueve a mares. Para estas sencillas gentes el día habrá tenido algo especial. Alguien les habrá querido porque sí y les habrá dado ese aliento que sirve para seguir caminando a pesar de las dificultades.

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