lunes, 23 de agosto de 2010

Viviendo en el norte pero con el corazón en el Sur

Hace unos días que regresé de este último viaje a Perú. Ya van unos cuantos. Aquel país empieza a ser un poco mi casa.Los últimos días siempre son intensos. Proyectos que empiezan a perfilarse. Reuniones con gente que pide ayuda a la ong. Evaluación de todos los proyectos que llevan tiempo funcionando. Despedidas de los amigos. Son unos días realmente emocionantes, llenos de vida, de vida de la buena.
No se pueden contar con palabras todos los buenos momentos vividos. La charla con Javier Elí al lado de la laguna del Oconal; ese ratito con Paulina, una mujer entrañable; la despedida de Gaby, de Juana, de los Carlos, que ya son como mi familia en Villa Rica. El último momento antes de coger el "carro" de vuelta con China, con Susana, con Marian, con Wilma. Y el corazón que se resiste a marchar y ese camino a San Ramón, tantas veces recorrido, con todos en silencio sin saber qué decir.

Una parte de mí ya vive en Villa Rica. Una parte de mí vive en el Sur. En estos veranos he aprendido mucho, mucho de mí y un poco de los pobres, de los que nada tienen, de los que cada día tienen que luchar para vivir. Ellos tienen tanto que enseñarme...Y ya no puede ser de otra manera, quiero vivir con ellos y como ellos. Aunque de momento tenga que estar en estas latitudes mi vida está con ellos. Quiero compartir su vida y crecer junto a ellos. Quizá pueda ayudar, en algunos casos, a que sus vidas sean más dignas, más humanas. Quizá ellos puedan hacer mi vida más humana, más llena de vida.
Los primeros días en Burgos son, al menos, extraños. Vivo en una casa con muchas comodidades y las cosas más sencillas me parecen extraordinarias: abro el grifo y puedo beber el agua sin tener que hervirla, los mosquitos no me molestan ni pueden transmitirme ninguna enfermedad, las calles de mi barrio están asfaltadas y apenas hay suciedad, me puedo duchar (mucha gente en Villa Rica no tiene esa posibilidad),... Podría seguir con miles de detalles.

Lo siguiente es preguntarse qué he hecho yo para merecer esto. La respuesta es fácil: NADA. Por eso inmediatamente surge en mí el deseo de que todos en este mundo dispongan de las mismas oportunidades que yo disfruto. Y el deseo sólo se puede hacer realidad trabajando. Ya sé que nuestra aportación, como decía la Madre Teresa de Calcuta, es una gota en el océano. Pero esa gota es imprescindible. Podemos, mejor, debemos ayudar a vivir, cada uno desde sus posibilidades, desde su tiempo. Urge el compromiso por un mundo más justo. Abramos los ojos a las necesidades de los otros, por supuesto empezando por los que tenemos más cerca.

Hace unos días que regresé del Sur pero sigo allí.

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