Aquí os paso el artículo de María José, una de las voluntarias que este mes de julio estuvo en Villa Rica, en Perú, con la ongd Persona Solidaridad.
Gracias a la ONG Persona Solidaridad este año he podido vivir unas vacaciones diferentes: la experiencia de colaborar como voluntaria en otro país. Concretamente en el pueblo de Villa Rica, en la provincia de Oxapampa en Perú.
Cuando
pensamos en vacaciones probablemente lo primero que acude a nuestra mente es
descanso y relax. El resto del año estamos muy ocupados con nuestros trabajos,
con nuestros problemas cotidianos y lo que más ansiamos son esos días que nos alejan
de nuestra rutina y nos acercan a algún destino donde descansar de nuestra
ajetreada vida. Es nuestra realidad de primer mundo. Pero existen otros mundos,
existen otras realidades muy distintas. Otras realidades donde las vacaciones
simplemente no existen, donde lo que nosotros consideramos cotidiano supone un
lujo; donde necesitan ayuda para poder acceder a la educación, para tener una
vivienda digna e incluso para poder alimentar a sus hijos. Esta idea llevaba ya
bastante tiempo dándome vueltas en la cabeza.
A través de un
amigo conocí a la gente de la ONG Persona Solidaridad. Me contaron sus
proyectos en Perú y África y de repente vi claro que era la oportunidad
perfecta de aprovechar mis vacaciones ayudando a quienes más lo necesitaban y
de conocer de primera mano esas otras realidades.
A primeros de
año, como unas vacaciones bien planificadas, comenzó la organización del viaje.
Después de Semana Santa ya estaban
concretados el destino, el equipo y las fechas: Juanje, Jose, Inma y yo iríamos
a Perú en julio.
El viaje fue
largo y un poco pesado. Después de doce horas
de vuelo y pasar todo el día en
Lima, nos metimos nueve horas de autocar para, por fin, llegar a Villa Rica. No
es un destino turístico de Perú, pero tiene unos paisajes muy bonitos al estar
situado en la Selva Central. Es un pueblo grande, lleno de contrastes y
desorden, donde convive gente que tiene mucho con la que no tiene prácticamente
nada. La clase media prácticamente no existe. Esto inevitablemente implicaba
que habría mucho trabajo por realizar.
Nuestra tarea
se centró en las niñas del Internado “Ana Mogas” y en los niños del colegio de
educación especial “Moisés Hassinger Cruz”, ya que la ONG tiene actualmente proyectos
con ellos. También colaboramos con grupos de jóvenes de la parroquia. Tanto las
niñas del internado como los niños con síndrome de Down tienen una realidad y
unas historias muy duras a pesar de lo pequeños que son. Muchos no conocen a
sus padres, las madres los tienen que dejar solos o con las abuelas porque se
tienen que ir a trabajar y la comida más decente del día la reciben en el centro.
Lo que más me impresionó fueron las ganas que tienen de seguir adelante, de no
estancarse y, sobre todo, lo agradecidos que son.
Realizamos
actividades con los grupos, les llevamos a hacer una pequeña ruta y tuvimos una
pequeña fiesta. Les pintamos las caras, hicimos pompas gigantes de jabón,
cantaron, bailaron… ¡lo pasamos genial! No tengo palabras para describir sus
caras de alegría y felicidad. Según estoy escribiendo esto, se me dibuja una
sonrisa enorme en mi cara y se alegra mi alma al recordar esos momentos.
No todo fue
trabajo. También tuvimos nuestros paseos por la selva y pudimos disfrutar de unas
cascadas preciosas y de unos paisajes espectaculares. Vimos unas orquídeas
increíbles. Realmente no sé por qué no hay más turismo en esta zona de Perú
dónde hay tantas cosas, y tan bonitas, por descubrir.
También
estuvimos acompañando a algunos ancianos. Viven solos, en condiciones muy
precarias, de extrema pobreza y con mucha falta de afecto; en unos “cuartos”
que son cuatro tablas mal puestas por donde entra el aire, el frio y el agua. En
la temporada de lluvias debe ser
horrible. Tienen una especie de cama y poco más. Sin agua corriente dentro del
cuarto y mucho menos saneamiento… Mucha de esta gente tampoco tiene electricidad. ¡Yo no he visto nada igual en mi vida! Creo
que las chabolas de nuestro primer mundo están muy por encima de esos cuartos.
A lo largo de
los días, conocí gente muy acogedora y hospitalaria que me abrió las puertas de
sus casas, compartieron sus historias y me invitaron a comer sus comidas
típicas. Me llamó mucho la atención “la pachamanca”, que significa olla en la
tierra, ese plato para ocasiones especiales en el que cocinan carnes de vaca,
de cerdo, pollo y una variedad de tubérculos bajo tierra y que es anterior al
imperio Inca. La verdad es que todo me llamaba la atención porque allí todo es
diferente: el transporte, las tiendas, las casas….
Yo no sé si
les he podido ayudar en algo, lo que si tengo claro es que ellos me han ayudado
a ver las cosas de manera distinta, a apreciar cada día, a dar gracias a Dios
por todo lo que tengo, a valorar mi vida y la ajena, la comida que cada día tengo
en mi plato, a mi familia…
Han sido unas
vacaciones DIFERENTES, con mayúsculas. El descanso y el relax no han sido sus
características principales pero a cambio he podido conocer una de esas otras
realidades, con sus gentes, su cultura y sus historias y he recibido toneladas
de cariño compartiendo momentos inolvidables. No tengo más que palabras de
agradecimiento por este viaje que ha dejado en mí un recuerdo imborrable.