domingo, 29 de abril de 2012

Fernando Cardenal

Ayer cayó en mis manos una conferencia que pronunció Fernando Cardenal en España la Semana Santa de 2008. En 13 páginas conmovedoras relata lo esencial de su vida de jesuita y como miembro de la revolución sandinista en Nicaragua. No paré hasta terminarla y aunque conocía los detalles pues leí hace unos pocos años su libro “Junto a mi pueblo, con su revolución”, no dejó de asombrarme su espíritu fuerte y su grito tantas veces repetido contra la pobreza: “es insoportable, no se puede soportar, hay que hacer lo necesario para que esto cambie.” Y a continuación: “Cada vez se me hizo más insoportable a mí ver el dolor, el sufrimiento, la tristeza, la falta de seguridad, la falta de esperanza, todo lo que allá sucedía todos los días, como única cosa segura, todo era inseguridad menos una cosa: Nada va a cambiar, de eso están seguros, y no había en el panorama del país ningún proceso, ninguna persona, para que ellos pudieran pensar que aquello iba a cambiar algún día: sufrir, sufrir y sufrir.”

Cardenal pasó una de las etapas de formación jesuítica en Colombia y allí es donde la pobreza le tira del caballo, como a un nuevo San Pablo. Allí empieza una nueva vida dedicada a los menesterosos y al marchar promete a los que han sido sus vecinos durante 9 meses: “Yo me tengo que ir pero voy a dejarles algo mío, quiero dejarles un juramento, quiero dejarles el juramento de que en lo que me queda de vida quiero dedicarla a trabajar por la liberación de los pobres y a luchar por la justicia, por amor a ustedes. Este es mi juramento, esto es lo que yo quiero dejarles a ustedes mío.”

Seguramente de esa época son estas desgarradoras palabras describiendo a una familia pobre que acaba de perder a una hija: “Una vez llegó a mi casa una vecina como a las 10 de la noche, desesperada y ahogándose por las lágrimas, me pidió que la llevara al hospital con su hijita  Jessenia, de pocos meses de edad, porque, según me dijo, se le moría. Por desgracia ya estaba muerta. Ya no se podía hacer nada por su vida. Fui después a la casa. La mamá de la niña vive con su suegra. La casa consta de un solo cuarto y un corredor. En ella vive la abuela y sus cuatro hijos, dos de ellos con sus esposas y sus respectivos hijos, total, catorce personas. Algunos de los chavalos sacan cartones del cuarto y duermen en el corredor. El papá de Jessenia carga bultos en el mercado Roberto Huembes, y el otro hijo casado, lisiado de guerra, cuida carros en el mercado Oriental. En el corredor de la casa hay tres pupitres destartalados para sentarse, pero no hay ni una mesa para poner el cadáver de la tiernita durante la vela. La abuela la tuvo cargada en sus brazos deshecha en llanto. Nadie en el barrio se dio cuenta de nada. Algunas de las calles son muy oscuras y así nos fuimos a buscar un carpintero que nos quisiera hacer un pequeño ataúd para la niña. Cada paso en la vida de los pobres es difícil. Había también que encontrar  dónde  enterrarla y cómo.  Ningún vecino se dio cuenta de la muerte. Ya todos estaban dormidos. Todo en el barrio era tranquilidad. Se sentía así la más profunda soledad y abandono de esta familia. Ante la niñita muerta me hice muchas reflexiones sobre la forma en que viven los pobladores del barrio. La muerte es el final de un proceso que comienza con el desempleo y termina en la muerte. Es el final lógico.”

Y sigue reflexionando: “Esa noche, junto a la familia de la Jessenia, pensé que lo más grave de todo lo que sufren los pobres es la inseguridad. No tienen seguridad de si podrán conseguir alimento para sus hijos al día siguiente, ni medicinas si se enferman. Inseguridad ante los robos y la delincuencia. Muchos de ellos no tienen muy en regla los títulos de sus terrenitos, o no los tienen del todo. Inseguridad de poder pagar mes a mes el agua, la luz. Cada comienzo de semestre escolar trae la angustia de no saber cómo conseguir todo lo que se necesita para poner a los hijos de nuevo a estudiar. Inseguridad ante el comienzo del invierno pues no saben cómo podrán conseguir zinc para cambiar el techo que deja pasar toda el agua y también cemento para componer la parte inferior de la casa que se les inunda cada vez que llueve. Ante los grandes problemas de sus vidas están solos, indefensos, desamparados, inseguros.”


En las páginas deliciosas que leí ayer habla también de la famosa “Cruzada Nacional de Alfabetización”, que él dirigió y que pretendía enseñar a leer y escribir a todo el país que tenía la mitad de la población analfabeta. Miles de jóvenes abandonaron sus casas y se fueron a enseñar a los campesinos, muchos de ellos vivían en las montañas. Pasaron grandes limitaciones y pobreza y murieron 7 a manos de la contrarrevolución. En su “Junto a mi pueblo, con su revolución” dedica todo un capítulo a hablar de los jóvenes héroes. Merece la pena leerlo. Sin duda es uno de los capítulos más bellos de la historia reciente de la humanidad.
Fernando Cardenal fiel al juramento que hizo en sus años de juventud, estando ya en Nicaragua trabajando en la universidad, participó en toma de edificios, en huelgas de hambre… Cuenta él, de esta forma tan gráfica, sus noches en la catedral de Managua: “Yo dormía en la noche en el presbiterio, sobre el mármol, con un gran calor porque teníamos todo cerrado para que no entrara el ejército, un calor espantoso. Yo dormía plácidamente sobre el mármol, dormía mejor que en mi casa, con un colchón de la marca Luna que son los mejores de Nicaragua, con aire acondicionado, todo tranquilo para dormir perfectamente y yo dormía mejor en la catedral sobre el piso porque me sentía que estaba haciendo algo por la justicia, por jóvenes que estaban siendo torturados, yo estaba participando en una cosa peligrosa porque el ejército podía sacarnos, como lo hizo otras veces, a balazos y yo allí sobre el mármol dormía delicioso porque mi alegría era mayor que la incomodidad, mi alegría de estar haciendo algo por la justicia.”
Da alegría el conocer la vida de este nicaragüense, que pasó por Burgos hace unos años y al que tuve la suerte de escuchar trazos de su apasionante vida. Fernando Cardenal cuando fue reclamado por la revolución pasó a llamarse Justo. No podía ser de otra forma.




sábado, 21 de abril de 2012

25 de abril: DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA MALARIA

Un empleado de la Fundación en el Programa Pawaga, que es donde realizo mi voluntariado, tuvo malaria hace unas semanas y estuvo 15 días sin trabajar. Le tuvieron que llevar a Iringa porque aquí no se curaba. 100.000 Tsh., unos 50 € (su sueldo es de unos 65.000 Tsh.) han servido para su tratamiento y la comida y la estancia en el hospital de él y de un acompañante,… Ha vuelto bastante más flaco.
En 2008 hubo unos 247 millones de casos de malaria en el mundo que provocaron cerca de un millón de muertes, sobre todo en niños africanos. Ese año el paludismo estaba presente en 108 países.

La malaria llega a los humanos por un parásito (plasmodium) que se transmite a través de la picadura de mosquitos anopheles hembra infectados. Una vez dentro los parásitos se multiplican en el hígado y después infectan los glóbulos rojos. Los síntomas van desde una fiebre muy alta a vómitos, dolor de cabeza, escalofríos... Suelen aparecer a los 10 ó 15 días después de la picadura y si no se trata dentro de las primeras 24 horas el paludismo tipo falciparum puede agravarse produciendo la muerte porque altera la afluencia de sangre a los órganos vitales. El diagnóstico y el tratamiento a tiempo pueden evitar el agravamiento de la enfermedad y la muerte y contribuir a reducir la transmisión.

Los más vulnerables son los niños pequeños que todavía no son inmunes a las formas más graves de la enfermedad. Además la malaria es la causa de numerosos abortos y de mortalidad materna y provoca poco peso al nacer. Se calcula que anualmente mueren 200.000 lactantes a consecuencia del paludismo padecido durante el embarazo. El paludismo afecta sobre todo a los empobrecidos que no pueden pagar el tratamiento o tienen un acceso reducido a la atención sanitaria y atrapa a las familias y a las comunidades en una espiral de pobreza.
Cuando vine por primera vez a Tanzania di clases de matemáticas a David, un chico de la comarca de Sadani, que estudiaba el último año de secundaria. Una tarde le vi pálido, se encontraba mal. Le pregunté qué le pasaba. “Me duelen las articulaciones”, me dijo. No era su primeria malaria y allí, en una habitación sin apenas luz, con gran malestar, trataba de estudiar y de entender mis explicaciones en un inglés poco ortodoxo.

Gracias a los misioneros de la Consolata, David disponía de un dispensario con un médico o… algo así. Los países de África tienen, por término medio, un médico por cada 100.000 habitantes. En los últimos años se han marchado de África unos 30.000 médicos en busca de un trabajo mejor remunerado. Sin duda son necesarios más dispensarios, médicos mejor preparados y parteras que asistan en las comunidades rurales.

Los niños de hogares pobres y los de zonas rurales tienen menos posibilidades de recibir un tratamiento para la malaria. Protegerse de las picaduras de los mosquitos es la primera medida de prevención. Es preciso que quienes viven en zonas de riesgo duerman bajo mosquiteras tratadas con insecticida de acción prolongada y que se fumigue el interior de sus viviendas.


Pero se necesita educación, una correcta formación sobre el uso y el mantenimiento de las mosquiteras. No sería la primera vez que se utilizan para pescar o como red de la portería de un campo de fútbol. Además hay problemas con el aumento de la resistencia de los mosquitos a los insecticidas y la inexistencia de insecticidas alternativos que guarden relación entre el coste y su efectividad.

El Fondo Global para combatir el sida, la tuberculosis y la malaria ha pasado de 100 millones de dólares en 2003 a 1500 millones en 2009 para combatir esta última. Gracias a esto son muchos los hogares que poseen al menos un mosquitero. Los fondos siguen siendo inferiores a los 6000 millones que se estimaban necesarios en 2010 para combatir la enfermedad.

De momento no se ha encontrado una vacuna eficaz aunque hay abiertas algunas vías de investigación, parece que muy avanzadas. Pero la investigación y fabricación de nuevos fármacos se sigue centrando en los problemas que afectan a los países desarrollados y solo el 0,2 % se invierte en enfermedades que afectan a África. Lo que no da dinero no existe y con la cultura capitalista seguimos creando ciudadanos de segunda o tercera clase. En nuestro mundo, ¡no todas las personas valen lo mismo!

El 25 se celebra el Día Internacional contra la Malaria. Que no sea una fecha más en el calendario.


Fuente: Informe Manos Unidas “Nacer y sobrevivir en África”. Abril-Junio 2011



lunes, 16 de abril de 2012

UN AÑO EN TANZANIA


(Reflexiones de un aprendiz de voluntario)


Los principios
Llevo desde principios de septiembre en Tanzania. Después de mucho tiempo preparándome para esta experiencia de voluntariado y tras pedir un año de excedencia en el colegio donde trabajo, me he embarcado en esta apasionante aventura, impulsado por una idea obsesiva: “Sal de tu tierra”.
¿Cómo explicarlo? Todo empezó hace ya unos cuantos años cuando comienzo a ir a Perú. Conocer en profundidad aquella realidad y removérseme algo por dentro fue todo uno. El contacto cercano con aquella gente tan sencilla que me acogía en sus casas, las injusticias tan grandes que fui descubriendo, las desigualdades entre unos y otros, la miseria, el sufrimiento de tanta gente,… Algo me fue pasando y en mi corazón sentí, siento, una llamada muy fuerte a dedicar mi vida a los pobres, a los más pequeños. Surgió entonces el deseo de pasar un año en un país del sur.
Después de mi primer viaje a Perú, nace la idea de realizar actividades de sensibilización en Burgos para dar a conocer aquella realidad y también buscar fondos para pequeños proyectos de cooperación. Poco más tarde un grupo de amigos formamos la Ongd Persona Solidaridad que ya va por su sexto año de vida. Todos somos voluntarios y dedicamos mucho esfuerzo a la sensibilización en nuestra ciudad y a la cooperación en Perú y Tanzania.



Y así hasta el 2011 donde todo va tomando forma. África me llama con fuerza desde que vine por primera vez en el 2007. Ese año empecé a conocer Tanzania de la mano del misionero burgalés Daniel Ruiz. Me impresionó la pobreza, más sangrante que en Sudamérica. La visita a los enfermos de malaria y de sida me interpeló con muchísima fuerza. Cerca de la misión está el primer proyecto de la Fundación Agrónomos sin Fronteras. Desde entonces mi relación con ellos fue en aumento y este año me acogen en su segundo proyecto agrario: el Programa Pawaga.



Itunundu. Tanzania
Los tanzanos, en su mayoría de origen bantú, están divididos en más de 120 etnias y hablan decenas de lenguas aunque les une el swahili, que durante estos meses trato de aprender. La esperanza de vida en este país ronda los 47 años y hay dos médicos por cada 100.000 habitantes. Cerca de mi casa hay un pequeño dispensario que dirigen los misioneros de la Consolata. Son las mujeres y los niños los que, por la mañana y al caer el sol, van a por agua al río que atraviesa Itunundu, el pueblo donde vivo. No es de extrañar que las enfermedades parasitarias sean una de las principales causas de muerte por estas latitudes.


En Itunundu la temperatura alcanza más de 30ºC todos los días. Estamos en el Valle del Rift y hay muchísimos mosquitos. La vida es difícil. La gente malvive del arroz. Sin luz, sin agua en las casas… Siempre dormimos bajo una mosquitera que aquí, lejos de ser un adorno, pasa a ser un seguro de vida. Cada 45 segundos muere un niño de malaria en África. Más del 85% de las muertes por paludismo en el mundo se registran en este continente.
La educación es de muy mala calidad. Gracias a las donaciones que ha recibido este país para cumplir los objetivos del milenio se han construido cientos de escuelas pero los profesores están muy mal formados. En la escuela primaria de Itunundu hay 800 alumnos repartidos en 7 aulas y en un pueblo cerca de donde vivo está una de las escuelas peores de todo Tanzania: 700 alumnos y tan solo 3 profesores. Echad cuentas.
Mi trabajo. Fundación Agrónomos sin Fronteras
En Tanzania realizo mi labor voluntaria con la Fundación Agrónomos sin Fronteras (ASF) que trabaja en dos programas agrícolas en la región de Iringa. Son gente joven que trata de promover un desarrollo agrario que haga más digna la vida de estas gentes.
ASF aterrizó en Tanzania el 2004. Tras el proyecto inicial en la comarca de Sadani, el año 2008 empiezan su segundo programa agrícola en Itunundu (Pawaga) donde estoy pasando el año. Este programa tiene como objetivo el desarrollo agrario de la población rural mejorando la economía de subsistencia mediante una escuela de capacitación agraria y una cooperativa que impulsa el asociacionismo y dota de servicios a los agricultores de la comarca.
En este Año Internacional de las Cooperativas, mi labor se centra en esta asociación de agricultores con mucho futuro y en la mejora de la calidad en la escuela. También estoy buscando y ejecutando otros proyectos complementarios que buscan un desarrollo integral, algunos de ellos educativos.
Lo que estoy aprendiendo
A ser más paciente. A no mirar tanto el reloj. Aquí los ritmos son distintos. “Pole pole” dicen ellos, despacio. Cooperar es caminar con el ritmo de los locales. La cooperación es una labor a largo plazo y para ayudar de forma eficaz hay que conocer muy bien esta realidad.
A vivir con menos. La vida de un cooperante (de la mayoría) es muy sencilla, austera, con pocas comodidades. Muchos días me ducho con una botella y en muchos momentos no hay luz y el calor y los mosquitos llegan a ser agobiantes.
A valorar todo mucho más. Una botella de agua, cualquier comida por sencilla que sea, una ducha,… Por supuesto a la familia y a los amigos de España. También el tener salud. ¡Cuántos africanos mueren por un agua insalubre o por no tener una mosquitera!
A ser más sensible al sufrimiento. Aquí la gente sufre mucho. La muerte es algo cotidiano que está siempre llamando a sus puertas. Sin oportunidades, muchos tanzanos sobreviven sin posibilidades de salir del círculo de la pobreza en que se hallan recluidos.
A vivir alegre. En medio de la pobreza te encuentras gente muy sonriente que celebra la vida, siempre que tiene ocasión, con canciones y bailes.
A trabajar con más eficacia y mejor en este mundo de la cooperación. Cualquier ayuda no vale, incluso hay ayudas que “desayudan”. Desde la Ongd Persona Solidaridad y desde ASF creemos que un mundo más justo es posible y estamos trabajando por aportar nuestro granito de arena.

lunes, 9 de abril de 2012

Así viven los pobres

Hace unos días llegué a Sadani, a pasar la Semana Santa con mi amigo Daniel, misionero de la consolata, que lleva más de 25 años por estas tierras. Vine en el transporte local, los dala dala. Un poco más de 5 horas para hacer 100 km. Una auténtica experiencia.

En Sadani, los sábados “toca” visita a los enfermos de la zona durante la mañana. Una auténtica inmersión en el África profunda. Un recorrido por las injusticias de nuestro mundo. La pobreza en su máxima expresión (quizá exceptuando los barrios marginales de las grandes ciudades del sur y los campos de refugiados). Unas casas míseras sin ninguna comodidad, solo unas estancias, en una casa de adobe y techo de paja, en su mayor parte vacías. Y los enfermos, enfermos pobres, que en el mejor de los casos tienen el cuidado de un hijo o la visita de un vecino. ¡Cuántas veces solos!

Así viven los pobres, sin dinero para costearse las medicinas o la educación de sus hijos, sin medios para llegar al hospital, viajando hacinados, con sida o malaria, con una casa muy poco digna, sin zapatos que calzarse, con muchas dificultades…

También un recorrido por la esperanza: la vida entregada de Daniel que trata de cuidar de sus almas y también de sus cuerpos, haciendo que estos tanzanos tengan una vida digna y plena ya aquí en la tierra y no solo en el cielo.

Hoy, cuando regresábamos, un grupo de 5 o 6 personas salían de la misión con unos sacos de maíz en la cabeza. La imagen, por usual, no me ha llamado la atención. Me dice Daniel: “Son de Kibada”. Este pueblecito, que conozco, está a una hora y media andando, desde aquí. Y me explica: “Vienen a la misión a moler el maíz porque el debe (unos 20 kg) aquí cuesta 400 chelines y en su pueblo está a 700”. Un euro son 2.000 chelines. Los 40 kg. que acarreaban les habrán supuesto unos ahorros de 30 céntimos de euro. Por ellos se han pegado una buena paliza con una buena carga sobre sus cabezas. Así viven los pobres.

Mañana me marcho a Iringa pero parte de mi vida se queda con ellos y seguiré volviendo mis ojos y mis manos a estas gentes que van trazando mis caminos y con los que quiero seguir compartiendo mi vida para colaborar en un mundo mucho más justo. Desde Sadani, un lugar de paz en las tierras altas del sur de Tanzania, os quiero hacer llegar mi felicitación pascual.


Que estos días sean de paz y alegría. Un abrazo grande.