domingo, 11 de marzo de 2012

LO QUE NO SE SABE NO EXISTE

Hace unos días recibí un mail, que os pongo a continuación, del padre Amable, un sacerdote ruandés que desarrolla su labor pastoral y social en el Congo Brazzaville.

Las noticias de África no son muy frecuentes en los medios de comunicación españoles así que una labor que me impongo es visibilizar algunas de las cosas que pasan en este continente para que existan, para que los africanos existan ante nuestros ojos, para que no volvamos la mirada ante el sufrimiento de estos hermanos nuestros.

Después de la noticia os he puesto una pequeña biografía de Amable que aparece en su web http://www.directoalcongo.org/ que os invito a visitar. A Amable tuve la suerte de conocerlo hace unos años cuando estudiaba en España. Es de esas personas que te deja temblando y te anima, con su vida tan entregada, a luchar por un mundo más justo, más solidario.
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Hola,
Por accidente, un arsenal de armamentos explotó el pasado domingo en el barrio de Mpila (Brazzaville) cerca del rio Congo, causando más de 200 muertos y más de 1500 heridos que se encontraban a una distancia de 2 km del arsenal. Las dos iglesias cercanas estaban llenas de gente y se han caído encima de ella. Varias casas en cuatro barrios de aquella zona (Ouenze, Potopoto, Talangai, Mpila) se han caído enteras. ¡Es una tragedia! Los pocos médicos y enfermeros no saben qué hacer ante esta cantidad de gente herida, alguna muy grave. No hay medicamentos ni sangre. Es un caos. Una tremenda situación que nunca este país ha vivido. Mucha gente ha huido de esta zona pues está arrasada, y ha sido acogida por familias en barrios lejanos del sitio de la tragedia. Desgraciadamente el número de muertos puede aumentar por falta de medicamentos en los hospitales de Brazzaville.
Un abrazo de Amable desde Congo.
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Biografía: Amable Runyange nació el 11 de abril de 1970 en Butare (Ruanda). Tiene 41 años. Después de terminar los estudios de secundaria en el instituto Nyanza de Butare, entró en el Seminario de Rutongo, en Kigali y luego en el Seminario Mayor de Filosofía de Kabgayi. Tenía 24 años, pero ya tenía claro que quería ser sacerdote. Sin embargo, sus estudios se interrumpieron por la guerra que en su país enfrentó a hutus y tutsis, y los continuó más tarde en el Seminario Interdiocesano de Murhesa-Bukavu (R.D.C.), estudios que tuvo que interrumpir cuando estalló el conflicto entre los hutus y los tutsis.

La vida de Amable Runyange, el Padre Amable, es apasionante, propia de un guión de cine. Ha sobrevivido a dos guerras, una en Ruanda y otra en la República del Congo, y ha atravesado la inmensa selva tropical del Zaire de casi 3000 km huyendo de la guerra de su país.
Esta selva es una inmensa mancha verde que ningún blanco todavía ha explorado, una selva brutal cuyos árboles tapan el cielo y cuyas raíces, gigantes, son tan retorcidas que Amable no podía caminar por el suelo. Cuántas noches no habrá dormido Amable encima de las copas de los árboles y cuántas veces no habrá andado por ellas como si fuera un mono. En la selva Amable se ha enfrentado a tribus belicosas de pigmeos y a boas del tamaño de una tubería de gas. Pero gracias a su inteligencia supo dominar a las serpientes –quedándose quieto como un leño cuando le rodearon- y se hizo amigo de los pigmeos. ¿Cómo? Con gran astucia. Antes de salir del campo de refugiados donde se encontraba en Ruanda cogió un puñado de sal. Sólo eso. Y una manta para poder dormir en el campo. No sabía dónde iba ni cuánto tiempo iba a estar caminando. Lo importante era huir. Escapar de las bombas que caían a granel sobre ellos. Con el saco de sal que cogió, Amable se ganó la confianza y amistad de los pueblos más guerrilleros de la selva. Con esa sal, los pigmeos podían darle sabor a sus platos. Lo que agradecieron a nuestro cura.
En medio de la selva había muchos ruandeses que huían. Amable alimentó a muchos con su sal, y a muchos salvó la vida, pero las condiciones eran demasiado duras, y muchos no pudieron soportarlas. Primero iban muriendo los niños, luego las mujeres, después el resto. Las enfermedades, el hambre, los peligros de la selva… En una ocasión, llegaron al Río Lualaba, un espectacular y gigantesco río plagado de cataratas. No había más remedio que cruzarlo. Amable estaba con cuatro seminaristas. Ninguno sabía nadar. Ni remar. Jamás habían visto un río tan enorme. Construyeron una canoa con unos troncos. Era muy frágil. Había cataratas enormes cuyo estruendo era ensordecedor. Muchos de los que intentaron cruzar el río se habían despeñado en esas cataratas. La corriente era demasiado fuerte, podría haber arrastrado a cuatro elefantes juntos. Pero no había más remedio que cruzar el río. No se podía volver atrás. Atrás sólo esperaba la guerra. Y por lo tanto, la muerte. Amable construyó una canoa junto a los otros seminaristas. Era una embarcación muy frágil. Remaron. Remaron y remaron con todas sus fuerzas. Estuvieron a punto de caer por las cataratas, pero milagrosamente llegaron a la otra orilla. Y salvaron la vida. Cuenta Amable que estuvo durante un día entero sin hablar del esfuerzo y del miedo. Luego tuvo que subir la moral al resto de los ruandeses.
A Brazzaville llegaron cinco mil ruandeses de los más de dos millones que salieron de Ruanda. Los demás murieron por el camino. O se perdieron. Amable llegó absolutamente exhausto al Congo Brazzaville. Parecía un anciano andando con bastón.

Seis meses necesitó para recuperarse, pero se supo ganar la vida haciendo pan y trabajando en los campos. Viendo su coraje, valor e inteligencia, el obispo del Congo Ernest Kombo, uno de los mayores intelectuales de África, le envió a España, a la Universidad de Comillas para estudiar Teología con una beca que le consiguieron los jesuitas. Sus notas fueron extraordinarias. Además para poder vivir en Madrid participó –y ganó- en competiciones universitarias deportivas. Era el mejor corredor de fondo además de muy buen escritor. Ganó muchos premios literarios y periodísticos. Así iba consiguiendo dinero para poder mantenerse. El 3 de abril de 2004 fue ordenado diácono en la Parroquia de San Francisco de Asís de Madrid por Monseñor Fidel Herráez Vegas, obispo auxiliar de esta misma diócesis.

Tras su paso por Madrid, decidió volver a la República del Congo para trabajar con los más pobres de la tierra. Desde Noviembre de 2005 ha sido párroco, y único cura, de la región de Loukolela, una vastísima extensión enclavada en uno de los lugares más pobres pero más hermosos del planeta.

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